Matthew 28:1-10

Piense en algún tiempo cuando tuvo el corazón destrozado porque sus expectativas se vieron frustradas y su mundo se le vino abajo. Eso fue exactamente lo que pasó con las mujeres que llegaron a la tumba de Jesús. Habían puesto todas sus esperanzas en Él como el Mesías prometido a Israel. Pero ahora estaba muerto.

¿Puede usted imaginar el cambio repentino que se produjo en sus emociones y en su perspectiva cuando un ángel les dijo que Él había resucitado? Su esperanza revivió. A pesar de que este hecho sucedió hace casi 2.000 años, la tumba vacía tiene todavía un mensaje para nosotros. Como sucedió con estas mujeres, nosotros también podemos ser cambiados dramáticamente si consideramos las consecuencias de la resurrección de Cristo. Eso debe afectar nuestra manera de vivir a partir de ese momento.

La resurrección de Jesús prueba que hay vida después de la muerte. Muchos piensan hoy que la existencia terrenal es todo lo que hay. Pero esta creencia le quita propósito y significado a la vida. Dios nos creó como almas eternas, y Jesús demostró que la muerte no es el fin; nos espera mucho más.

La tumba vacía también nos da esperanza y disipa nuestros temores sobre la muerte. Quienes ponen su fe en el Señor Jesús como su Salvador, serán resucitados a una vida nueva, así como Él resucitó.

Ninguno de nosotros sabe qué día el Señor nos llamará a su presencia. Pero sí sabemos que Él nos prometió un lugar en el cielo (Jn 14.1-3). La muerte no es el fin, sino el comienzo de la más grande aventura de nuestras vidas —la partida al hogar celestial para estar con Cristo.

Ninguno de nosotros sabe qué día el Señor nos llamará a su presencia.

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