Romans 8:31-39

La persecución existe en todas partes. Uno puede sufrir acoso o maltrato por su fe, sin tener que mudarse a otro país donde Dios es despreciado abiertamente. Y aunque estos abusos pueden dañar la manera como nos ganamos el sustento, ganarnos la antipatía de los amigos, o incluso quitarnos la vida, no debe destruir nuestra fe; esa clase de daño sucede solo cuando los creyentes se aferran a cosas temporales.

¿Qué se le puede quitar a quien no posee nada? Si el creyente reconoce a Dios como el dueño de todos sus bienes, entonces no puede sufrir jamás una pérdida.

¿A quién se le puede obligar a servir cuando ya hace la voluntad de Alguien más? Quien elige una vida de humildad, no puede ser humillado por hacer lo correcto.

¿Cómo pueden matar a alguien que ya está muerto? Solo hay una cosa que se le pueden quitar a una persona que ha sido crucificada a este mundo y a sus atractivos: su vida física. Pues ésta la cambiará voluntariamente por la recompensa eterna del cielo.

Si los creyentes son cautivados por las cosas que les rodean, pueden dañar su fe. Pero cuando la persona rinde a Jesucristo toda su vida, y reconoce su control total, no se preocupa por lo que está en las manos de Él. Tienen la confianza de que Dios será suficiente tanto en las bendiciones como en las dificultades que se les presenten (Sal 23).

Nada de lo que tenemos en este mundo atravesará con nosotros las puertas del cielo. Por tanto, el mejor lugar para acumular riqueza terrenal es el altar del Señor. Ríndale a Él su vida y todo lo que tiene. Tenga más cercanía con el Todopoderoso, quien le consolará y guiará en la persecución

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