Con toda mi alma espero en el Señor. – Salmo 130:5 

Somos personas de fe, pero: ¿cómo se mide la fe? ¿Cómo sabemos cuándo tenemos suficiente fe para despejar cualquier duda? Muchas veces medimos nuestra fe por lo que hacemos, pero: ¿es válido medir así?

Es más fácil dudar que creer.  Somos más propensos a crear nuestros propios “dioses” en quienes confiar, evadiendo la confianza en el Dios Todopoderoso.

Algunas veces la expresión más profunda de la fe se demuestra en la espera. Ana fue un modelo de esa clase de fe. “No se apartaba del Templo, sirviendo de noche y de día con ayuno y oraciones” (Lucas 2:37). ¡Nunca salía del templo! En términos humanos, Ana llevaba una vida muy aburrida y solitaria. Era viuda en una sociedad que giraba en torno a los hombres, y  servía en el templo, donde tenía que guardar cierta distancia y mantenerse sólo en el Atrio de las Mujeres.

Sin embargo, Dios la vio de otra manera, como siempre lo hace. Él vio su alma, un alma que esperaba en Él. No era simplemente que Ana esperara que pasara el tiempo, sino que,  habiendo depositado toda su esperanza en Dios, ayunaba y oraba día y noche. Ese tipo de espera expresa una fe firme y profunda. Es una espera que se origina en lo más íntimo de nuestro ser.

Hoy en día hay muchas personas que siguen el ejemplo de Ana. Las podemos ver en clínicas y hospitales, haciendo el bien y ayudando a los necesitados, o entrando y saliendo calladamente de las iglesias. Para muchos, sus vidas son solitarias y aburridas. Pero sus almas esperan, esperan con paciencia. Que estas vidas de fe perseverante sean un ejemplo para tu vida.

ORACIÓN: Señor, mi alma espera en ti. Tu Palabra es mi esperanza. Amén.

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